Siéntense les invito a una reflexión
Mar Sánchez psicóloga y directora de Neuromotiva, experta en neurodidáctica y gestión emocional.
Las dichosas notas aparecen de nuevo y esto es un horror!
Una preocupación común en todas las familias es el rendimiento académico. En esta época del año ya no se piensa en que se ha tenido que adaptar al nuevo cole, ya hizo el propósito en el 1º trimestre que iba a trabajar más y el resultado es el mismo o incluso peor!
Los padres se desesperan ya no saben que hacer. Todos sufrimos los suspensos reiterados y anhelamos que por arte de magia haya un cambio.
En mayor o menor medida niños y jóvenes, profes y padres vivimos las calificaciones trimestrales con poca ilusión. ¿Es una utopía tener unos resultados estupendos?
Resuenan todo tipo de comentarios entre profes y padres hacia los alumnos: a los que sacan buenas notas… no vayas a bajarlas; los que rondan el bien… puedes dar mucho más; los que andan rascados… ¡Ojo! que verás las orejas al lobo; los que no aprueban habitualmente… como sigas así,no llegarás a nada!
Todos parece que tienen un objetivo común muy claro: el aprobado y promocionar de curso.
¿Por qué se tercia tan difícil? Vamos a dejar por un momento de echar balones fuera al sistema educativo actual o antiguo, al colectivo docente, a la familia, al poco esfuerzo del alumnado… para centrarnos en lo que emocionalmente ocurre en cada caso.
Presento 3 sillas reales, de las muchas que tenemos enfrente profesionales como nosotros que nos dedicamos a ejercer de laboratorio de ideas para arrancar lo mejor de cada parte.
Un escenario típico ante los suspensos reiterados, se compone de 3 SILLAS con personas diferentes, distintos tiempos e intereses.
Te invito a que desde tu sofá escuches a cada silla sin juzgar, sin decir nada.
En una silla tengo a un profesor, a un buen profesor. Emocionalmente está desgastado, no por el número de alumnos que tiene, no por corregir exámenes sino porque se ve casi “incapacitado” para conectar con algunos estudiantes y conseguir que trabajen y superen los exámenes. Utiliza distintos métodos para engancharlos y “no cambia nada”. Llega la evaluación y toma conciencia de que por mucho que “tire para arriba” no llegan al aprobado. Se cuestiona en qué está fallando, se forma en lo más innovador y no tiene tiempo material, entre programación y programación, para ponerlo en práctica en el aula.
En otra silla tengo a un alumno, una buena persona y buen hijo. Emocionalmente se siente un número, una expectativa a cumplir. Siente que trabaja para el profe o para sus padres, no entiende todavía que es para sí mismo. Vive el presente parcheando la desgana entre el chat y la jarana. Teme las consecuencias del no aprobado y ante tal amenaza se siente perdido, inseguro y cansado. Es cierto “no estudio”, a veces “no entiendo ni papa”, “ésto no sirve para nada”… “gallego y lengua me hago un lío, mate un desastre, soci y natu voy tirando, inglés un estrés… del cole a la academia ¡Para no conseguir nada!”
Una tercera silla la ocupa una madre, una buena madre. Emocionalmente se siente desdichada e impotente ante un número inferior a 5. Preocupada y rabiosa porque acompañan a las “dichosas notas” observaciones de los profes diciéndole que “su hijo no hace nada”. Es su obligación, sólo tiene que estudiar y ¡No arranca!. Entre charlas, sermones y abrazos acaba la jornada. Frustrada porque en algunas materias ella ya no alcanza. Hipotecada entre la academia, el psicólogo, el neurólogo y ¡La madre que parió a la vaca!
Son muchas las necesidades a atender y buscan la varita mágica. La tenemos y está en LA PALABRA.
Si los profes se convirtieran por un momento en entrenadores deportivos, invitando a sus alumnos a que visualicen la meta con un lenguaje animoso y positivo, aún en ausencia de más recursos e incentivos, la sintonía con el alumnado estaría garantizada. En esta silla se encontraría un profe que “no tira la toalla”, un profe de vocación que, en ocasiones, también es padre y motiva en casa.
Si los padres no tuviesen alumnos en casa y se centraran en que son sus hijos, la comunicación se terciaría más cercana. Se afanarían en llenar la cuenta personal de autoestima de sus herederos para que tengan el saldo suficiente el resto de sus vidas, sin tener que acudir a lugares equivocados en búsqueda de un préstamo de escucha inadecuada.
Si los niños oyeran lo orgullosos que estamos de ellos, lo que confiamos, lo que los queremos, lo que los comprendemos, aumentaríamos sus ganas de ocupar el espacio para SER QUIENES SON.
En definitiva la clave está en el PODER DE LA PALABRA. Para hablarles no hace falta ser titulado superior, sólo respetuosos y congruentes entre lo que decimos y hacemos. Sus neuronas espejo llevan atentas desde el día del nacimiento y lo que tienen a su alrededor en ocasiones perturba su conocimiento.
No intento que parezca una oda a la bondad, es bondad y además de la buena; entender que cada cual en sus equivocaciones ha obtenido algún beneficio en el momento de errar; que la percepción de un mismo hecho es diferente en cada mente humana y con el tema de los suspensos tendemos a buscar una justificación, una dificultad o nos resignamos a pensar que se trata de vagancia. Esto se tiene que acabar por el bien de todos los que formamos la familia, la sociedad. Aquí todos podemos “tirar de la carreta” cuidando nuestro tono de voz, el contenido de las palabras, evitando las generalizaciones, las comparaciones, presuposiciones y aprendiendo a no juzgar para reencuadrar las situaciones.
Quizá sería adecuado limpiar nuestros prejuicios, miedos, rabia y aceptar que no todo sale siempre perfecto. Recordad que no existen fracasos,SÓLO RESULTADOS y como tales son modificables.
La forma más eficaz de conseguir cambios de comportamiento es dar OPCIONES para que la relación entre el profesor y alumno sea un vínculo potencial de aprendizaje y las figuras de padre-profe sean un referente para los niños. Los menores tienen necesidad y derecho a un poco de coherencia para construir una imagen positiva de sí mismos.
Todo esto no implica que los adultos perdamos el sentido común, se trata de aprovechar esta situación concreta para educarla y centrarla. En nuestro gabinete acostumbramos a cambiar a los protagonistas de sillas para que tengan distintas visiones y lleguen a soluciones. Es un buen ejercicio para realizar también en casa, todos fuimos niños, algunos profes y otros padres. Dicen que la experiencia nos da sabiduría, ¡Aprovechémosla!
Para despedirme de corazón, comparto una cita del gran profesor José Luis González-Simancas que he tuneado para mostrarla: la autoridad, bien entendida, no es un título sino la conquista esforzada de una cualidad personal, imprescindible en todo educador: profe, padre o yaya… esa valía personal genera una adhesión voluntaria de los jóvenes que necesitan una palmada en la espalda.